Llegué al centro comercial con la esperanza de encontrar algo de vida… y vaya, estaba lleno. Lleno de gente… pero descuartizada. Fantástico. Obviamente, el juego no permite hacer pillaje, así que nada de mirar escaparates: a lo mío, que sobrevivir requiere más que estilo. Lo primero que me sacó una sonrisa torcida fueron los niños necromorfos. Atacan en manada, pero son tan débiles que parecía que jugaban a “sácame del medio si puedes”. Tras enseñarles quién manda con la cortadora de plasma, continué mi camino hacia la iglesia de la Uniología. Pero antes… la guardería. Sí, la guardería. Si los niños rata del espacio fueron locura, los bebés kamikazes se llevan la palma. Cada vez que uno saltaba, juraba que el corazón me daba un vuelco; angustia pura, nivel “quiero un vaso de whisky y desaparecer de la galaxia”. Después de sobrevivir a esa pesadilla de cuna, el resto fue casi coser y cantar… hasta que me confié. (Iluso yo, ya veréis lo que me esperaba más adelante). Ahora escribo esto d...
Después de coger la cortadora, me ha tocado pasearme por una zona hospitalaria que estaba más sucia que el copón. Entre tripas, sangre seca y paredes que gotean cosas que prefiero no analizar, solo faltaba el cartel de “Bienvenido al infierno, disfrute su estancia”. Mi misión era reunirme con Daina, pero claro, fácil no iba a ser. Y menos con tantos putos bichos por todas partes. Aquí he conocido a un nuevo enemigo que, en su infinita guarrería, ha decidido que su ataque principal sea lanzarte una bola de vómito que te ralentiza. O sea, un escupitajo radiactivo. Qué majete. Después del festival de fluidos, he llegado a la zona de apartamentos. No sé quién diseñó esto, pero cada piso es más grande que la media española. En el espacio, el metro cuadrado debe de salir barato. Mi destino era la estación de monorraíl, donde me he encontrado con un puzzle que ni un niño de parvulario tendría problemas en resolver. Aun así, el tren se ha puesto en marcha con la elegancia del monorraíl de los ...