Nunca pensé que volvería a ponerme un traje de ingeniero. La última vez acabé con más traumas que piezas de repuesto, y con un casco que aún huele a tripas alienígenas. Pero claro, a los genios espaciales como yo no nos dejan jubilarnos tranquilos: nos despiertan de una siesta criogénica, nos dicen que el marcador otra vez está dando guerra, y nos sueltan en una estación llena de cadáveres que no saben quedarse quietos.
La vida en la Estación Titán prometía ser cómoda, decían. “Un hogar entre las estrellas”, decían. Lo que no mencionaron fue el pequeño detalle de las criaturas que intentan transformarte en sushi humano.
Llevo apenas unas horas despierto y ya me he cortado más extremidades que un carnicero con insomnio. Los médicos me dicen que tengo estrés postraumático. Yo les digo que se quiten la máscara de oxígeno y me lo repitan mientras un necromorfo intenta usarles de espantapájaros.
Aun así, aquí estoy: grabando este diario porque, sinceramente, alguien tiene que documentar el desastre. Si no sobrevivo, que al menos quede constancia de que lo intenté con elegancia. Y si sobrevivo… bueno, quizás publique esto en mi blog favorito:
Game Over, pero con estilo.
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