Después de coger la cortadora, me ha tocado pasearme por una zona hospitalaria que estaba más sucia que el copón. Entre tripas, sangre seca y paredes que gotean cosas que prefiero no analizar, solo faltaba el cartel de “Bienvenido al infierno, disfrute su estancia”.
Mi misión era reunirme con Daina, pero claro, fácil no iba a ser. Y menos con tantos putos bichos por todas partes. Aquí he conocido a un nuevo enemigo que, en su infinita guarrería, ha decidido que su ataque principal sea lanzarte una bola de vómito que te ralentiza. O sea, un escupitajo radiactivo. Qué majete.
Después del festival de fluidos, he llegado a la zona de apartamentos. No sé quién diseñó esto, pero cada piso es más grande que la media española. En el espacio, el metro cuadrado debe de salir barato.
Mi destino era la estación de monorraíl, donde me he encontrado con un puzzle que ni un niño de parvulario tendría problemas en resolver. Aun así, el tren se ha puesto en marcha con la elegancia del monorraíl de los Simpsons. Solo le ha faltado cantar “¡Monorraíl, monorraíl!” mientras yo me agarraba al asiento rezando.
Lo más jodido ha sido cuando el paseo se ha acabado. Ha aparecido un monstruo enorme, menos mal que tenía sus puntos débiles de color amarillo. Estos enemigos son duros, pero la naturaleza les jode marcando donde machacarlos. 2 disparos a los hombros y encuentro acabado.
Tras tan desastroso viaje, he acabado en la zona de tiendas. Y sí, da más asco que Xanadú un domingo por la tarde.
Comentarios
Publicar un comentario
Opina si crees que este diario es mejor que el de Anna Frank